Algo que la vida nos tiene garantizado son problemas.
Todos los tenemos. En algunos casos se trata de situaciones sobre las que
podemos hacer algo en otras ocasiones no hay nada que esté en nuestras manos
hacer.
En todo caso existen dos mundos: el mundo interior y
el mundo exterior y solamente tenemos control total de uno de ellos.
En el mundo exterior, definitivamente vamos a
experimentar cosas desagradables, vamos a tener alguna especia de pérdida, de
decepción. Puede que suceda algo lamentable en nuestra salud o nuestra
situación laboral y no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
Los problemas nos ayudan a mejorar, a aprender, a
crecer. El día que no tengas problemas es porque estás muerto, entonces no se
trata de evitarlos o quejarse de tenerlos sino de tener la mentalidad adecuada
para pronto darles solución.
Cuando del mundo interior se trata sí que tenemos
control, y tenemos alternativas. Hoy quiero que te des a ti mismo una buena
bofetada de amor y te des cuenta que tú eres el intérprete de lo que te sucede
y por lo tanto de cómo te sientes. ¿Qué tipo de cosas te dices a ti mismo? ¿Qué
tipo de preguntas te haces cuando tienes este dialogo interno? No nos damos cuenta
pero muchas veces estamos luchando contra todo lo que sucede a nuestro alrededor
y nos hacemos la existencia difícil de ésta manera.
Te dejo con bello cuento zen, espero te robe una
sonrisa y te haga pensar en esos momentos en los que hemos caído en esa trampa.
La leyenda de Sariputara
Hace ya eras y eras, al sur del Himalaya, en un país
que ahora llamamos Nepal, vivía un joven y fiel discípulo, simplemente vestido con
su túnica de monje y calzadas sus sandalias, acudía a la orilla del río.
<<Me encontraré más a gusto en la naturaleza para meditar y hacer zazen—
se decía—. Con este día tan bonito, no tengo ganas de quedarme encerrado
en la triste sala del convento. >>
El joven se instala entre flores, bajo el sauce de
dulce sombra. Doblada las piernas en la postura del loto, recto el torso,
encerrados los ojos, las manos en el perineo, acompasada regularmente la
respiración, Sariputara empieza su meditación. Pero pronto la cháchara de los
pájaros, los peces en el agua clara, que distingue furtivamente entre los
párpados bajados, hacen que se distraiga. <<Es intolerable — se
dice—. En éstas condiciones no puedo meditar>>. Entonces decide
suprimir radicalmente las causas de su disipación. <<¡Estoy sentado en
zazen perfecto, y esos estúpidos animales vienen a molestarme! >> Movido
por una justa ira, se levanta, mata los pájaros y los peces y, para desprenderse
definitivamente de ellos, se los come. Luego recobra su postura. Pero apenas ha
cerrado los ojos y concentrado el pensamiento cuando empieza a hacerle ruido el
estómago y siente retortijones en las tripas. Ha comido demasiado; sigue sin
poder meditar.
Y es que lo que nos perturba no son ni los pájaros ni
los peces, dice el sabio zen, sino la manera en que los acogemos.
Karina Carlos
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