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El deseo de tener el control



Mi amiga Andrea Montaño quien era para mí como un alma gemela por la profunda conexión que tuvimos, murió en un accidente automovilístico en noviembre de 2004 a la edad de 18 años. Apenas un día antes habíamos ido con un fulano a leernos el tarot. No es que fuéramos muy asiduas de ello, fue algo totalmente aleatorio, más como un juego que con una intención de conocer nuestro destino. Nunca imaginamos lo que estábamos por escuchar al tratarse de malas noticias, y se trataba de mi amiga: 

— En menos de tres días tendrás un accidente muy aparatoso. —le dijo el brujo.
—¿Me voy a morir?
—No
—¿Me voy a morir?
—No. 

Cuando preguntó por tercera vez, la interrumpí y le pedí que se callara (literalmente nos llevábamos como hermanas) y que tomara la respuesta que él hombre le daba.  Recuerdo que un poco incrédula, no le di importancia a la información que nos dieron, pero noté a mi amiga pensativa a partir de ese momento. No es el objetivo de ésta entrada promover este tipo de consultas, aunque el deseo de tener el control sobre las cosas motiva a muchas personas a acudir con los diferentes sistemas de adivinación que andan por ahí.

Al día siguiente yo me encontraba con otra amiga en común, Grecia cuando de pronto comencé a sentirme mal. Me vinieron unos dolores muy fuertes en el estómago, eran insoportables. De inmediato pensé en mi amiga Andrea y tenía una fuerte sensación de que se encontraba en peligro. Era una certeza en mi mente, se sentía en el corazón y claramente en las entrañas por lo que me puse muy agitada y comencé a exigirle a Grecia que fuéramos de inmediato a buscar a nuestra amiga al trabajo.  Me vio tan preocupada y convencida de lo que decía que optó por hacerme caso y salimos corriendo. Si nos dábamos prisa podíamos alcanzarla saliendo del trabajo.

Cuando llegamos, el guardia de la tienda de ropa en donde trabajaba nos dijo que tenía unos quince minutos que se había ido.  Las señales en mi cuerpo seguían gritando la urgencia de ir por ella. Nos fuimos volando hasta su casa y unos metros antes de llegar vimos a un vehículo impactado contra un árbol. Andrea había estado en ese accidente y se la habían llevado a la cruz verde. Una compañera que estaba aprendiendo a manejar le ofreció llevarla a casa y casi al llegar le dio un golpe a otro vehículo. Asustada, trató de escapar y se impactó contra el árbol, ella y su novio sobrevivieron. Mi amiga murió más tarde en el hospital.  

Andrea no era una niña ordinaria: nadie podría resistirse a su personalidad osada, juguetona y por su devoción a la amistad. Siempre estaba buscando aventura, emanaba y contagiaba con su energía, con sus ganas de vivir.

Es difícil escribir sobre esto, y en pocas líneas describir el impacto que los años que compartimos juntas dejó en mi vida. Durante varios años, me estuvo atormentando la pregunta ¿para qué tuve esos presentimientos? Los dolores en el estómago, la agitación, la certeza de que tenía que ir por ella… Si no pude hacer nada para impedir que muriera. Llegué 15 minutos tarde.  Era lo peor que me había pasado en la vida, la pena era tan grande que sentía deseos de morir.  

Decir que la muerte es incontrolable y que nunca es bienvenida es poco decir, pero de todos modos sucede, así como suceden muchas cosas que no planeamos o deseamos. Pero a pesar de nuestras penas y hasta de nuestras batallas finales, nuestra astucia y voluntad han de asistirnos porque tenemos la habilidad de controlar la forma en la que enfrentamos al mundo, de definir qué significa la experiencia que estamos teniendo y somos capaces dejar un ejemplo. El ejemplo de quién podemos ser mientras lo enfrentamos todo.

Podrá parecer extraño que comience ésta entrada con una historia de muerte. Pero quiero que me conozcas y quiero comenzar por ser sincera contigo. —No podemos controlar todo en nuestras vidas. Ni deberíamos intentarlo. De hecho, la mayoría de la miseria que vive la gente en la vida viene de querer controlar las cosas que no pueden controlar o que son intrascendentes. No puedes controlar el clima o la economía. No puedes controlar a los demás, ya lo sabes. Por lo general sólo podemos controlar la calidad de nuestro carácter, de nuestras acciones y las contribuciones que hacemos al mundo.

Cuando Andrea se fue, estaba por terminar la preparatoria todavía sin tener una idea de qué iba a estudiar después, sin rumbo y con una pena que me estaba ahogando. El futuro se iba a definir a partir del significado que yo le daría a ese evento. Pude haber hecho caso de los pensamientos suicidas, aliviar el dolor y reunirme con ella…Pero estoy redactando ésta entrada y más que nada con el deseo de mostrarte lo que sí podemos controlar. Decidí estudiar mi carrera en la universidad en dónde ella quería estudiar para honrarla (con mucho sacrificio porque es de las mejores de la ciudad) me hice el propósito de vivir la vida intensamente, tal como ella me había inspirado a vivir.

El deseo de tener el control corre en nosotros profundamente, y todos nos esforzamos por tener más de él hasta que al final nos lo quitan. En los intermedios tenemos que aprender cuáles son los factores que sí podemos controlar que hagan a nuestros caminos extraordinarios.

¿Qué tanto control sientes en tu vida el día de hoy, en una escala entre el uno y el diez en donde diez representa estar en control total?
¿Qué tan en control de tu mente, emociones y experiencias sientes?
¿Qué tan en control te sientes del mundo que tienes alrededor?

Algunos dirán que pasamos demasiado tiempo en nuestras vidas tratando de tener más control, ¿qué es específicamente lo que estamos tratando de controlar? ¿Cuáles son los factores que nos hacen sentir sanos y felices?

Generalizando, lo que estamos buscando es controlar nuestro mundo interior y exterior. Queremos tener control sobre nuestras experiencias conscientes, sobre lo que pensamos, lo que sentimos, nuestros comportamientos; queremos controlar los resultados que tenemos y nuestras relaciones interpersonales en el mundo externo. Es este impulso de querer regular e influir toda nuestra experiencia de lo que se trata el deseo de tener el control.

Este deseo puede ser una espada de doble filo. Si buscamos demasiado control, terminamos siendo inflexibles y rígidos. Terminamos esperando que todo salga exactamente de acuerdo al plan y después ya no somos capaces de ser receptivos o de adaptarnos a algo que no anticipamos. Tratamos de eliminar cualquier variable en nuestras vidas, enjaulándonos en rutinas, relaciones y entornos obsesivamente controladas. Colaboramos con menos facilidad con otras personas y tendemos a tratar a la gente duramente cuando se salen del margen de lo que nosotros queremos. Es de lo más restrictivo además de que nos impide experimentar la variedad, el color, la alegría de una vida más flexible y relajada.

Por el contrario, si no tenemos control en nuestras vidas, la vida se puede sentir como una barrena terrorífica. Por muy bueno que suene renunciar al control ahora para “sólo fluir” también implica dejar de estar en contacto con lo que es real. Soltar todo el control puede sonar bien en tu clase de yoga, en el spa o en la cima de la montaña, pero en los ríos tumultuosos de la vida por lo general es una mala idea. Una vida sin control equivale a no tener opciones, no se puede ejercer la voluntad y nos puede dejar desamparados. Sin ejercer el control no podemos dirigir a nuestras mentes o tener influencia en nuestro entorno. Nos quedamos sin la libertad de elegir nuestros caminos si nos dejamos llevar completamente por los caprichos de la suerte y las circunstancias.

No pretendo decirte si tú tienes mucho o poco control. Lo que a mí me hace sentir que tengo un control apropiado podrá parecer mucho para algunos y poco para otros. Todos necesitamos diferentes niveles de control en diferentes puntos en nuestras vidas. Creo que la mayoría de nosotros quiere estar en un punto medio y armonioso entre los dos extremos, pero no siempre es el caso.

Sin importar si queremos tener mucho o poco control, cuando vayamos hacerlo hagámoslo en las tres áreas en dónde sí podemos hacer una diferencia: 

Controla tu perspectiva y tu carácter
La mayoría de los eventos y experiencias que te ocurren en la vida son por lo general aleatorios, inesperados, coincidencias o si prefieres predestinados. Simplemente pasan y están fuera de tu anticipación. Sin embargo, la forma en la que tú respondas, es decir el significado que tú le das a esos eventos está 100% bajo tu control. En esa habilidad radica el diferenciador de la experiencia humana y es tu herramienta más poderosa para vivir alcanzar la conquista propia. Resulta que lo que más te lleva a tener control en tu vida es tu perspectiva, la calidad del significado que le imprimes a los eventos que ocurren en tu vida y en tu futuro.

Si esto es cierto, esto te pone en un rol crítico en la vida- de servir como guardián y director de tu perspectiva hacia ti mismo, los demás y el mundo.

Controla la novedad que viene a tu vida:
Cuando Andrea se fue, decidí más que nunca vivir la vida intensamente. Inspirada por la vida que ella llevó, muy joven viviendo todo lo que ella quería vivir, con plena libertad, me dediqué a buscar más aventura, experiencias que me hicieran sentir viva. Y es que está totalmente a nuestro alcance, salir de vidas rutinarias y monótonas y traer más emoción, más sensaciones a nuestras vidas. 


Controla tu carga de trabajo:
Siempre podemos ser más eficientes y reducir el nivel de estrés al que estamos sometiendo a nuestro cuerpo y mente cada día. Planea al comenzar tu día cuáles son las actividades prioritarias, enfócate en lo vital. Elimina las responsabilidades y tareas innecesarias, toma descansos cada hora. En esos descansos asegúrate de levantarte de tu lugar y despejar tu mente. Tu productividad aumentará significativamente. 


Ejercicio para el autoconquistador:
Toma papel y bolígrafo y elabora sobre el siguiente punto…


Si tuviera que vivir a un nivel más elevado de carácter y mantener una perspectiva positiva tendría que comenzar por_____________________________________________________________.


Con cariño y en memoria de esa personita que nunca dejaré de extrañar: Andrea Montaño. 

Karina Carlos 

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